Grupo Crece

View Original

Debe ser muy duro tu trabajo... o sobre el trabajo de psicólogo/a

 ¿No te llevas todos los problemas de los demás a casa?

¿No acumulas angustia después de escuchar tantas cosas, y tantas horas seguidas?

¿No te sientes fría cuando acabas de escuchar las dificultades de una persona y en seguida tienes a otra y olvidas a la anterior?

¿No te sientes fatal cuando no consigues ayudar a la persona?

Estas son muchas de las preguntas que recibimos las personas profesionales de la psicología.

Son preguntas muy lógicas.

Persona tras persona, vamos mirando por un agujerito el mundo interior del otro. Claramente un mundo donde hay sufrimiento, situaciones traumáticas, dolor.

Cualquiera puede sentirse abrumado ante un sinfín de emociones negativas que, además, en muchas ocasiones , se arrojan con fuerza, sin cuenta gotas.

La mayor parte de las veces la respuesta es NO. Pero esta respuesta no ha sido la misma siempre, no es la misma siempre.

No me llevo los problemas de los demás a casa ni acumulo angustia AHORA. Tras años de estudios, de experiencia, de seguir haciendo cursos y seguir aprendiendo, de hablar con colegas más experimentados, de reuniones de equipo…, he aprendido a delimitar cuál es mi espacio personal y cuál es el del otro.

Si yo “me meto” de lleno en la vida del otro, dejaré mi objetividad fuera y tendré su misma angustia, y desde la angustia no se puede ayudar.

Pienso en todas la personas que vienen, me acuerdo de ellos y busco herramientas con que ayudar…, pero sin que sus problemas sean los míos. Llevarse los problemas a casa de los demás implica querer quitárselos, y el objetivo de la terapia es que la persona aprenda por sí misma y saque recursos propios para estar y ser en su vida.

Para la tercera pregunta parto de la base de que no me olvido de las anteriores personas a las que he escuchado. Reposo lo ocurrido en sesión ( en muchos casos con 1 minuto de meditación), suelto, y redirijo mi atención a la persona siguiente, que merece toda mi escucha y mi estar presente con ella.

AHORA no me siento fatal si no puedo “ayudar” al otro. Puedo sentir malestar, rabia, pena…pero no son sentimientos que ahoguen. El trabajo de terapia es un trabajo en equipo entre terapeuta y paciente, y hay algunas variables que no puedo controlar…, hay parte del trabajo que también es de la persona que viene. Y hay otras ocasiones en que no soy la persona indicada para acompañar al otro, sin más. El tiempo me va haciendo algo más humilde, me va quitando el disfraz de superheroína y de querer salvar a todos… y voy aceptando que lo hago lo mejor que puedo y que hay ocasiones en que no se puede.

También, somos humanos y hay ciertas situaciones, personas, historias, con las que nos puede costar mantener esa empatía genuina. Personas que nos recuerdan a alguien non grato. Personas que nos ponen delante historias que ni siquiera nosotros en nuestra vida hemos podido solucionar. Momentos en los que nuestra propia situación personal nos hace estar más sensibles, cansados, estresados.

Todo esto nos puede hacer entrar en lo que se llama “ malestar empático”, es decir, sentimos y comprendemos el dolor del otro pero nos produce tal sufrimiento que es imposible poner en marcha una actitud de ayuda o acompañamiento hacia el otro.

Cuando algo de esto sucede, lo más honesto es derivar a la persona a otro profesional. No disminuye nuestra capacidad, ni nos hace más débiles o rebaja nuestra profesionalidad. Nos hace humanos y responsables , nos hace respetarnos a nosotros mismos y a la persona que viene, que necesita una atención y un cuidado auténticos.

Raquel Ibáñez Ortego

Psicóloga y formadora

Grupo Crece