¿Somos otros cuando hacemos teatro?

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“Los actores mienten”, “Cuando hago teatro soy otra persona”, “Este personaje está muy alejado de mi”, “Me ha costado mucho hacer este personaje, yo soy muy distinto”… En muchas ocasiones he oído estas afirmaciones acerca de la actuación teatral y el trabajo del actor. No solo de personas que van al teatro a ver teatro, sino también de actores amateurs y profesionales. Tales afirmaciones pueden parecer muy lógicas, ya que a nadie que ha de interpretar a un malvado le gusta pensar que esa maldad proviene de él. Sin embargo la expresión de ser otro nodeja de resultarme paradójica, y me lleva a hacerme algunas preguntas fundamentales: ¿Cómo es posible que yo sea o haga de otro? Y si yo no era eso, ¿quién era? Y ya puestos… ¿Quién soy yo? Dejando a un lado juegos de palabras me gustaría enfocar este dilema desde la perspectiva que ofrecen varios enfoques terapéuticos como la psicología Gestalt o el trabajo con Eneatipos. Y para empezar cabría fijarse en la definición que ambas disciplinas nos ofrecen de la personalidad. Esta es vista como una estructura compleja que se forma desde la niñez, y que funciona como una herramienta útil que nos ayuda a crecer, a desarrollarnos y a relacionarnos con nuestro entorno. La personalidad es una respuesta directa al ambiente en el que hemos crecido. De tal manera que si somos divertidos, serios, agresivos, tiernos o perfeccionistas lo seremos en función de cómo hayamos necesitado ser para crecer de la mejor manera posible. El problema viene cuando, con la edad, nos identificamos con esa manera de ser que tan útil nos fue en las primeras etapas de nuestro desarrollo. Así diremos: “yo soy simpático”, “soy un cascarrabias”, “siempre fui un angelito”, “yo es que soy así”, etc. Nos decimos yo soy esto o lo otro, nos identificamos con una manera de ser, y desgraciadamente nos olvidamos del resto del abanico. Ya lo decía Lope de Vega en su famoso soneto: “alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso…” Según el poeta todas ellas son facetas del amor, y es que “quien lo probó lo sabe”. Y también todas ellas son cualidades humanas a nuestro servicio disponibles para enfrentar las diferentes situaciones de la vida.

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La Gestalt afirma que la personalidad se forja como una estructura neurótica en tanto en cuanto limita nuestra capacidad de ser múltiples cosas. Habrá momentos en los que, con un bebe en los brazos, sea menester sacar nuestra más tierna paternidad, situaciones en las que debamos mostrarnos fuertes ante una agresión, fiestas en las que invocar nuestro lado más divertido, arduas tareas en las que trabajar de manera minuciosa y constante, etc. Pero si en lugar de eso decimos, yo es que no soy tierno, o fuerte, o divertido, o trabajador… estaremos negando partes de nosotros absolutamente necesarias. Nos identificamos con una parte, negamos las otras. Y nos convertimos en personas incompletas…

Pues bien es aquí donde aparece la maravillosa capacidad del teatro para permitirnos ser esas otras personas que decimos no ser. Representamos a un padre y recuperamos nuestra ternura perdida, a un rey Shakesperiano y saboreamos la fuerza, a un criado de la Comedia dell Arte y sacamos lo más divertido de nosotros, a una Madre Coraje y aparece nuestra capacidad de sacrificio. ¡Pero no son esos personajes los que hablan, sienten y actúan, somos nosotros! ¿De dónde sale sino ese grito, ese llanto, o esa carcajada? Por eso mismo muchas terapias llaman a la responsabilidad de nuestras expresiones artísticas. Nos invitan a hacernos cargo de aquello que hemos creado, y a que nos demos cuenta de que dependiendo de lo que necesitemos, podemos ser lo que queramos. El teatro nos invita a explorar las múltiples maneras de ser y a sentir todo lo que se puede sentir. Y eso nos hace personas más completas.

Fernando Gallego

Actor y terapeuta gestalt